viernes, marzo 17, 2006

Lo otro

marzo 17, 2006 0 Comments
Uno no puede ser entre los otros
Tú eres lo que el otro cree
El otro te piensa y eres,

No eres sin el otro
Y lo que tu crees, sólo tú lo crees

No importa lo que creas, porque sólo tú lo crees

Ojala un día vuelvas a encontrar al otro
y le muestres lo que creías ser

Siempre espera a que llegue
Como escribir el pensamiento

Claustro

marzo 17, 2006 0 Comments
No viviré a deshora
Dormiré
Hasta que el azul me ciegue
Y el cristal se quede sin ventana
Tras el encierro de mi respiración.

Escucharé el sermón del dictador
Mientras una melodía en la carta
Amenace sutilmente la vida.

Cuando el silencio llegue
Caerán los techos sobre el agua

Avanzará el verdugo cabizbajo
Que se piensa autor del albedrío

No importará mi voz
Pues es voz muerta y refugiada

Perdido en el torbellino frangible
Contaré los espacios y nada cambiará

El recuerdo ausente pedirá
Clamará
Por la apariencia de su insignia
Regocijándose, formará parte
del claustro
donde ni yo ni mi silencio estamos.

Invocación y evocación de la infancia en Las confesiones de un pequeño filósofo

marzo 17, 2006 0 Comments
“Tenemos el poder de evocar

de manera voluntaria un pasado
que se hunde en los comienzos
de nuestro vivir”

Luis Abad Carretero

En la etapa adulta, al hombre le interesa un bienestar en el ámbito económico y social, es muy raro que de un vistazo atrás y se de cuenta que un poco de juego en la vida no estaría nada mal. Esa mirada atrás es la infancia, los recuerdos que en el trayecto de su vida se han perdido y que tal vez se necesiten para salir de la monotonía.

En el libro niñez y filosofía, Luis Abad Carretero distingue tres ritmos en la vida del hombre: común, personal y creador, siendo el primero el que llevamos en nuestra vida diaria, el que es imperado por la ideología del adulto; el personal es cuando salimos de la vida social y se dedica al hombre mismo, y el creador sólo se da por la memoria o la fantasía. Es este último el que va encaminado al regreso a la infancia, pues cómo, si no es recordando, podemos volver a vivir momentos de nuestra niñez. A través de la memoria y la imaginación podemos adelantarnos a nuestro tiempo, salir del ritmo común, viajar, etc. Es como podemos traer a primer plano lo infantil y colocarlo por encima del vivir actual adulto, pues entre estas dos etapas dista mucho el tiempo y son realidades diferentes.

Es común que la evocación de la infancia se analice por pensadores y escritores, como muestra de que pasa el tiempo y no somos eternos. El escritor desde la antigüedad siempre ha tratado de plasmar una visión de mundo, de todos los aspectos que son inherentes a la vida del hombre, como sus orígenes, preocupaciones, destino, etc. Azorín no es la excepción y encontramos esta invocación y evocación de la infancia en su libro Las confesiones de un pequeño filósofo.

Evocamos una infancia perdida, pues la visión que tenemos es diferente, es la visión del adulto, añoramos volver a esos momentos, de ahí la frase “mis tiempos fueron mejores”. Salvador Elizondo distingue a la evocación como puramente sensorial, sólo se da a través de los sentidos, a partir de una regresión que se da en el contacto con algo que nos transfiere al pasado. Sin embargo este acontecimiento no es igual al del pasado, hay elementos que lo diferencian, siendo el principal, el tiempo.

La invocación no se da a partir de los sentidos, sino de conceptos que tenemos guardados en la memoria. Escuchamos por ejemplo una frase y decimos, “esto no lo había escuchado ya hacía mucho tiempo” y llega la transportación, el retorno a nuestra infancia, por medio de palabras, objetos, nombres. Pero tampoco con la invocación se torna al verdadero momento que se nos viene a la memoria.

Sin embargo, ¿qué pretendía Azorín con el querer retornar a la infancia en su narrativa? A él le toca vivir un momento en que surge la generación del 98, grupo de pensadores y literatos que tuvieron una peculiar preocupación por la decadencia de España. Al igual que sus contemporáneos, Azorín presenta en su obra un deseo por rescatar los valores y la tradición, esto se ve reflejado en su descripción detallada de los relieves y costumbres españolas.

Azorín, con Las confesiones, pone de manifiesto en su personaje principal, un rechazo a su actualidad, por lo mismo, evoca una infancia, una tradición perdida. Esta etapa la narra de una forma sencilla y tal vez de manera inconsciente, hablando del personaje. Trata de regresar a un origen y así rescatarlo, traer a su plano actual las vivencias de un pasado que se vinieron abajo con los cambios culturales, políticos y económicos por los que atravesaba su país.

La imaginación y el recuerdo pueden llegar de manera forzada o no. Hay cosas que se cruzan en el camino y hacen que salte una imagen en nosotros, un recuerdo que surge a través de la evocación ¿por qué siempre ese evocar e invocar de la infancia? Qué es la infancia que en algún momento dado nos hace que se le recuerde. Por qué siempre se escucha la trillada frase seamos como un niño.

Esta última frase, parece ser una metáfora que se aplica a la novela de Azorín, ya desde el título se refiere a la pequeñez y se puede tratar a cantidad o edad. Pensemos más bien que se trata de la edad. La niñez está muy ligada a la filosofía, la naturaleza del niño es interrogante, en cambio la de un adulto es responder, aunque casi siempre de manera errada. La filosofía es interrogante como un niño, aunque nunca tenga la repuesta. Ante esto, Confesiones de un pequeño filósofo cuestiona cómo es que pasa el tiempo, reflexiona sobre su paso y quiere traerlo a su época, no quiere dejar de ser el pequeño que fue.

Azorín nos muestra una posible respuesta provocada por la época que le tocó vivir, un anhelo por la España de antaño, en que los momentos infantiles fueron los llenos de alegrías. “Quiero evocar mi vida” dice el pequeño filósofo, y va describiendo el paisaje con sus colores y sonidos, los movimientos que realiza. Toda su vida de niño y adolescente se le muestra viva y angustiosa.

A través de pequeños capítulos que titula con los hechos sobresalientes, momentos y personas que significaron algo para él, nos cuenta su pasado, incluso objetos inanimados como una puerta, que para él llegan como recuerdos vivos de objetos animados. Cuando el pequeño filósofo describe sus primeros tiempos pueriles, lo hace con pena, ya que recuerda la imagen de un profesor que rechazaba. En este capítulo, la invocación sucede cuando trae la imagen del maestro y lo describe “alto, huesudo, áspero de condición, brusco de palabras…” hace una invocación, ya que, tiene un concepto del maestro a partir de una imagen guardada en la memoria.

Con “yo siento aún su aliento de tabaco y percibo el rascar, a intervalos, de su bigote” notamos la evocación, pero por medio ya de los sentidos más agudizados, es decir, a partir del recuerdo, se va sintiendo como si estuviera en ese espacio, en esa época. El tiempo, factor importante del texto, es el que cambia la vida del hombre, es testigo de cómo la juventud acaba y la vejez llega, pero al final las dos se apagan. El tiempo es el que otorga la experiencia y castiga al que obra con mezquindad. Sólo el tiempo puede ser el juez.

El pequeño filósofo se da cuenta de ello al volver después de años a su colegio y percatarse de pisar lo que pisó cuando era niño, al igual que recorrer los lugares en los que estuvo, sólo comprobaron que pudo haber cambiado de lugar el aula tormentosa de estudio, las ventanas, los jardines, pero en la memoria se queda la angustia de haber vivido.
La evocación de la que nos habla Elizondo la encontramos en casi toda la obra de Azorín, el recuerdo que llega a través de la sensaciones hacia la naturaleza, el colegio, juegos, objetos, muerte, compañeros, familiares y calles es muy marcada. El hombre forma un todo junto a su entorno infantil feliz, son uno mismo y siempre estará dispuesto a regresar a su principio original.

Ahora bien, ¿por qué escoge la etapa del colegio para narrar sus recuerdos? Las descripciones con los más mínimos detalles que hace sobre el colegio y sus maestros, nos dicen que ese recuerdo lleno de nostalgia, se convierte ahora en un deseo de regresar a la rigurosidad de los métodos educativos en su infancia. Es decir, el pequeño filósofo sabe que en su niñez, su mundo le parecía injusto, pero ahora que ve a su terruño derrumbarse, cree que los antiguos métodos funcionarían para salir adelante, más específico: la educación como única forma de rescatar a España.

Para el pequeño filósofo la resignación no funciona, siempre queda algo de esperanza en él. Dentro de sus evocaciones se presenta la sensación que le causa escuchar tres frases: “es ya tarde”, “qué le vamos a hacer” y “ahora se tenía que morir”. Es la psicología de la raza española, como él mismo nos dice, “tal vez estas tres sentencias le parezcan extrañas al lector; no lo son de ningún modo; ellas resumen brevemente la psicología de la raza española; ellas indican la resignación, el dolor, la sumisión, la inercia ante los hechos, la idea abrumadora de la muerte.”

Ante ello, reflexiona sobre esa mentalidad que no pretende llegar más allá, es una crítica al despego por parte de los españoles hacia su patria. Tal vez, rememorar la belleza de su pueblo con su técnica impresionista, y narrar de manera sencilla y breve la historia.

Bibliografía:
AZORÍN, Las confesiones de un pequeño filósofo. Espasa Calpe. México. 1983
ABAD, Carretero Lui. Niñez y filosofía. Colegio de México. México. 1954.
ELIZONDO, Salvador. Cuaderno de escritura. Universidad de Guanajuato. 1969.

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